lunes, 22 de agosto de 2016

Caminito de la escuela. Sobredosis de Café.


Cuenta la leyenda, que hace muchos años, el regreso a la escuela se centraba en una gran cantidad de padres familia que corrían para dejar a tiempo a sus adorados tormentos. Mientras que éstos entre dormidos, inquietos y curiosos se negaban a dejar la rutina de juegos y de despertarse tarde. 

La noche previa al día de regreso, muchos abnegados padres, trazaban un plan estratégico, para que el gran día resultara de acuerdo a los previsto. Sentían   ser la reencarnación de George C. Marshall y Eisenhower en la invasión de Normandía, en el día D. 

La planeación incluía el arreglo de los útiles escolares en los portafolios Samsonite en los que se acomodaban: los lápices Mirado del número 2, los Scribe de espiral, los sacapuntas metálicos, el pegamento vinílico de boliche, los colores de mapita DIxón, el misterioso borrador bicolor que de un lado borraba lápiz y del otro, según los rumores de la época, tinta (aunque en mi experiencia manchaba o rompía las hojas) y esperaban que en la primera o segunda semana se incorporaran los libros de la SEP.

 El proceso también incluía el arreglo de los uniformes, la boleada o estrenada de los zapatos Coloso, el alistar los ingredientes del desayuno para que en la mañana fuesen preparados con precisión milimétrica, poner el despertador, y prepararse mentalmente para afrontar cualquier imprevisto o cualquier berrinche de última hora. 

La cosa era percibida de forma distinta, si uno era el entregable (uso este término empleado en la administración de proyectos con todo respeto). Lo que nos tocaba hacer era: despertar como oso después de hibernar, con los ojos a medio cerrar, tal vez cubiertos de una secreción de moco cristalizado mezclado de otras sustancias (lagañas o legañas), y con el sentido de la orientación extraviado (no le pasaba que se trataba de dirigir al baño y acababa en el cuarto de los padres o intentaba caminar a la salida y acaba parado enfrente de la tele). En el proceso de la vestimenta, su servidor, seguía al viejo consejo  muy aplicable en estos días de alta incidencia delictiva, flojito y cooperando.

Previo a la salida de casa, Don Chito (mi padre), me recetaba un discurso de cinco o seis minutos en dónde me informaba de sus expectativas, deseos, esperanzas y temores del curso, eran los únicos minutos conscientes, del abandono de mi mullida cama hasta la bajada de su automotor, en aquella época patrocinado por PEMEX.

El traslado de la casa a la escuela era, para mi, la muestra de que la teletransportación es un fenómeno existente. Sin embargo, sucedía algo extraño y único, digno de milagro. A pocos metros de la escuela, sucedía la resurrección; de dormido, y aletargado en microsegundos acontecía la transformación (uno tenía que estar en sus seis sentidos nada más al poner un pie en el pavimento de la zona de la escuela).

La ubicación del salón era algo asimilado desde antes de salir de vacaciones. Sin embargo, la verdadera batalla era al entrar al salón en dónde uno tenía que correr para ocupar las mejores posiciones del mismo. No sé como no termine científico (una gran pérdida para la humanidad); pero en micro instantes, mi cerebro compilaba una serie de datos: ubicación de la luz, el nivel de corrientes de aire, posición del basurero y pizarrón, la cercanía a la salida, el escritorio del maestro (no tan cerca, ni tan lejos), los lugares de mis amigos, los lugares de los latosos, todas estas variables eran procesadas para seleccionar el mesabanco, en el cuál me ubicaría durante todo el año. 

Al parecer las cosas no serán así este lunes, las cosas han cambiado. Sin embargo, me atrevo a darle algunas recomendaciones rápidas: no olvide cargar su celular, prepare bien la imagen que pondrá en Facebook y no improvise, piense bien el lugar y la posición de dónde se tomará la selfie para subir en el grupo de WhatsApp, no olvide poner el despertador (se sugiere que ponga dos o tres alarmas extras, por si las moscas), deje listos alimentos, uniforme, útiles (lo más seguro es que nada más le toque ir a dejarlos), no se quede hasta tarde viendo Netflix (puede ser peligroso) y ruegue a Dios que camino a la escuela no sea victima de secuestro, bloqueo de maestros de la CNTE, o que atropelle algún despistado que ande atrapando Pokemones.

Publicado en Heraldo Coatzacoalcos 

@merk2meta